Por primera vez, Genaro García Luna no lanzó un “te amo” a su esposa al terminar la sesión en la Corte del Distrito Este de Brooklyn, Nueva York.
El exsecretario mexicano de Seguridad llegó al tribunal vestido con un traje oscuro y de corbata.
En el tercer día de deliberaciones, el juez Brian Cogan pidió comenzar temprano. Parecía tener prisa en poner fin al juicio.
En el tribunal estaban también la esposa de García Luna, Linda Cristina Pereyra, y su hija Luna.
Los 12 miembros del jurado anunciaron que tenían listo el veredicto; familiares y la prensa corrieron a la sala. Sin embargo, el juez devolvió el formato que el jurado debía llenar y en el que, por un error de procedimiento, no habían marcado, en el cargo número uno, si consideraban, más allá de toda duda razonable, culpable o no culpable al acusado.
Unos segundos después, el documento regresó a las manos del juez, con el destino de García Luna sellado: culpable de los cinco cargos que se le imputaban.
Desde el principio del juicio, Cogan advirtió que este juicio no sería como otros; que no habría evidencia física, documentos que señalaran a García Luna como cómplice del Cártel de Sinaloa. Habría, en cambio, testimonios de exnarcotraficantes que dijeron haber entregado a García Luna sobornos millonarios a cambio de proteger al cártel y de ayudarles a enviar toneladas de cocaína a Estados Unidos.
El jurado consideró los testimonios evidencia suficiente, pese a los reclamos de la defensa de que los testigos eran delincuentes no creíbles que además buscaban obtener beneficios del gobierno de Estados Unidos y, a la vez, meter en prisión al hombre que, según la defensa, los metió en la cárcel. El jurado no lo vio así.
“Culpable”, resonó en la sala en la que madre e hija reclinaban juntas sus cabezas, sabiendo que apenas dos días y medio de deliberación no eran una buena señal para García Luna.
El exsecretario mexicano de Seguridad se mantuvo en silencio, con el rostro serio, enrojecido.
Ni una expresión mientras el juez leía cada cargo y cada veredicto de culpabilidad, que le auguran una pena mínima, improbable, de 10 años de prisión y una máxima, más probable, de cadena perpetua.
La familia salió del tribunal en silencio, escoltada por la defensa, encabezada por el abogado César de Castro.
García Luna salía aparte, escoltado. Según De Castro, estaba «en shock». El silencio de la familia contrastaba con la algarabía que se vivía afuera de la corte. Mientras los medios televisivos transmitían la noticia, manifestantes que a lo largo de más de tres semanas se hicieron presentes, exigiendo que García Luna fuera condenado, celebraban.
“Que le den 100 años, por todo el daño que hizo a México”, se oyó decir a una manifestante. García Luna se alejaba, de vuelta a prisión.