El sueño de dotar de agua cristalina a los primeros pobladores de Chihuahua aún se preserva en su mayor parte, luego de más de dos siglos.
El rico minero y considerado el fundador de la ciudad, Antonio Deza y Ulloa, fue el artífice principal de esta mega obra que en un principio surtía de agua prístina a los misioneros católicos que habitaban parroquias de lo que ahora es el Centro Histórico de la ciudad.
El historiador Edelmiro Ponce de León describe que el acueducto de corte Romano, construido alrededor del año 1708, todavía funcionaba como tal hasta la década de los 60, pero luego se le incorporaron tuberías metálicas para frenar su contaminación.
Baba de nopal y sangre animal amalgamaban con dureza y consistencia la piedra llamada canto.
La dureza y ligereza de la piedra usada en la construcción de esta mega estructura, que en algunos puntos alcanzó hasta los 25 metros de altura, asemeja a la cantera por su belleza y precisión de corte.
“De los cinco kilómetros que llegó a tener este maravilloso acueducto aún se conservan unos tres kilómetros, gracias al apoyo de administraciones municipales y estatales, pero sobre todo gracias a los ciudadanos y vecinos que ven a esta estructura como parte suya”, dijo Ponce de León.
El historiador, que ha participado en numerosos proyectos de restauración y preservación de monumentos de esta ciudad capital, resalta que este es un monumento vivo al que vecinos y ciudadanos cuidan día a día.
Viajeros y los propios ciudadanos disfrutan de la belleza y majestuosidad de esta maravilla de la arquitectura cuya construcción llevó más de 100 años.


















