El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a irrumpir en la política latinoamericana al condicionar su apoyo económico a Argentina a una eventual reelección de Javier Milei. En un gesto que fue leído como una forma de presión electoral, el republicano advirtió que “si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina”.
Durante un desayuno privado en Miami, Trump y Milei discutieron sobre los planes de rescate financiero que el país sudamericano busca impulsar para enfrentar su crisis de deuda. El mandatario estadounidense, en tono de advertencia, vinculó cualquier respaldo de Washington al resultado de las urnas del próximo 26 de octubre, cuando Argentina celebrará elecciones presidenciales.
La declaración tuvo eco inmediato en la región. Gustavo Petro, presidente de Colombia, acusó a Trump de intervencionismo y recordó que “en América Latina el voto es libre de chantajes”.
Analistas diplomáticos advirtieron que las palabras del republicano pueden interpretarse como una amenaza directa a la soberanía argentina, al condicionar la cooperación internacional a la continuidad del actual mandatario libertario.
Trump, que mantiene una relación ideológica cercana con Milei, lo ha descrito como “el único capaz de salvar a su país de la izquierda y del caos”. La afinidad entre ambos líderes —que comparten discurso antiprogresista y políticas de choque económico— ha reforzado la idea de un nuevo eje conservador hemisférico, sostenido más en afinidades ideológicas que en acuerdos institucionales.
El condicionamiento de Estados Unidos no es menor: en medio de un colapso inflacionario y un desgaste social creciente, Argentina depende de la renegociación de su deuda externa y de los flujos de inversión extranjera. Convertir esa necesidad en moneda de cambio electoral implica, según observadores, una intromisión directa en el proceso democrático de un país soberano.
Mientras Milei celebra el respaldo de su “amigo Trump” y lo usa como bandera de confianza internacional, las críticas arrecian dentro y fuera de Argentina. Desde sectores opositores y diplomáticos se advierte que la democracia no puede someterse a los caprichos de la geopolítica ni al cálculo electoral de un líder extranjero.