Hace exactamente 80 años, el 6 de agosto de 1945, el mundo entero se estremecía al entrar en una nueva era en materia bélica: la nuclear, luego de que Estados Unidos, lanzara la primera bomba de este tipo sobre Hiroshima, Japón.
Con el nombre de “Little Boy”, el mortifero artefacto cobró la vida de 80 mil personas de manera instantánea y de al menos otras 140 mil como consecuencia de las radiaciones y daños causados tras el estallido.



Tres días después, el Gobierno estadounidense lanzó un nuevo ataque, pero ahora sobre la ciudad de Nagasaki, donde fue arrojada la bomba bautizada como “Fat Man”, cobrando un número similar de víctimas.
Estos bombardeos marcaban la etapa final de la Segunda Guerra Mundial, ya que, en menos de una semana, el 15 de agosto de 1945, Japón anunciaba su rendición, finalizando una de las etapas más oscuras de la humanidad.


Aún y cuando la guerra terminó, los efectos secundarios derivados de la radiación, tardaron años en pasar, aunque los sobrevivientes (hibakusha) mantienen aún abiertas las heridas del trauma post guerra.
Mientras el mundo inició una nueva etapa que se conoció como la Guerra Fría, una carrera armamentista nuclear liderada por Estados Unidos y la entonces Unión Soviética hoy Rusia, ambas ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, se convirtieron en un símbolo mundial de la paz, de la reflexión y del horror que puede causar la utilización de ese tipo de armamento.