Los consultores expertos en seguridad y crimen organizado, Douglas Farah y Pablo Zeballos, analizan la expiación de la organización Tren de Aragua, en Venezuela, y otras redes ilícitas en proceso de internacionalizarse.
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La región es una incubadora, al estilo de Silicon Valley, para organizaciones criminales transnacionales, consideran los expertos.
En ese contexto la idea de la guerra contra las drogas está obsoleta y la verdadera guerra contra el crimen organizado se desarrolla en las aulas. Como sociedad, debemos ser capaces de ofrecerles a los niños algo diferente, advierten los expertos.
América Latina atraviesa una tercera ola de crimen transnacional, afirman los especialistas en temas de seguridad e investigadores de IBI Consultants LLC.
En opinión de los expertos, Latinoamérica se ha convertido en la incubadora —una especie de Silicon Valley— de organizaciones criminales transfronterizas, que están adaptando y complejizando sus estructuras, a medida que amplían sus actividades ilícitas, más allá del narcotráfico.
Ejemplo de ello, coinciden, es el arribo de grupos criminales con raíces italianas y albanesas a la región, la expansión del Tren de Aragua, durante la pandemia, desde Venezuela a diversos países del continente. Además de Los Lobos, un grupo criminal originario de Ecuador, ha replicado el modelo y, ahora, tiene presencia en Perú y Chile.
Afirman que “Los países que están viviendo este problema, como Costa Rica, Uruguay, Perú y Ecuador, tienen que aliarse”, señalan.
Respecto a que américa latina está atravesando por una tercera ola de violencia, Douglas Farah dijo que “La primera etapa coincide con la época de Pablo Escobar en Colombia. En la segunda etapa ya vemos involucrada a la clase política. Hay enlaces con carteles mexicanos, cambian las rutas y surge la ola bolivariana.
La tercera etapa coincide con la llegada de grupos italianos, albaneses, fenómenos que cambian la realidad de la región. Hay peleas por el territorio; los grupos buscan tomar el poder judicial, atacar candidatos presidenciales, fiscales, advierte.
Por su parte Pablo Zeballos argumenta que esta nueva oleada criminal se expande en la pandemia, logrando avanzar a otros territorios, siendo lo más preocupante la politización del fenómeno porque resulta funcional a su crecimiento.
Para Zeballos la pugna inició en la pandemia con el retiro del Estado, lo que significó el ingreso del crimen organizado a cumplir funciones estatales, entre ellas, seguridad, justicia paralela, economía paralela.
Douglas Farah argumenta que cuando llegó la pandemia era más difícil traficar y debían almacenar en alguna parte el producto. En ese contexto, Ecuador se volvió mucho más importante como centro de acopio.
Otro factor fue la consolidación del crimen transnacional como socio del régimen de Maduro, en Venezuela y de Ortega en Nicaragua y la relación con el crimen transnacional que sale de China, los Balcanes, Rusia. Eso permitió consolidar nuevas alianzas.
¿La situación de América Latina es tan grave como para compararla con el Silicon Valley de la criminalidad?
Pablo Zeballos explica que a esta ola de criminalidad se les denominó el Silicon Valley de la criminalidad porque las estructuras criminales resilientes, que debían evolucionar en entre 15 o 20 años, lo hicieron en cinco.
Dijo que el caso de estudio es el del Tren de Aragua, una organización nacida en una cárcel en el estado de Aragua en Venezuela, la cual desde 2017, vieron una oportunidad en la extorsión generalizada a las personas migrantes.
Para Pablo Zeballos la característica de esta ola de violencia es el permanente desafío al Estado. y es que Venezuela, Ecuador y Colombia, entre otras naciones, tienen características esenciales: no le tienen miedo a la muerte, ni a la cárcel porque éste es el gran centro de operaciones.
Estamos viendo el inicio de esta transformación. Lamentablemente, países como Ecuador son modelos de observación avanzada, donde los cambios surgen a una velocidad impresionante.
Para Douglas Farah una medida de mano dura no da resultado a largo plazo. La historia demuestra que, normalmente, las Fuerzas Armadas entran al combate, pero cuanto entren en contacto, se contaminan.
La búsqueda de soluciones fáciles va a derrotar, a la larga, al mismo Estado. Debe haber una política coherente; debe ser política del Estado, y no de partido. Tienen que aliarse los países que están viviendo este problema, por ejemplo Costa Rica, Uruguay, Perú y Ecuador. Necesitan una estrategia nacional, local, y un compromiso.
Los grupos son agnósticos, poliamorosos. Les da lo mismo con quién se relacionan. Les interesa captar al Estado, más que llegar al gobierno. Pero sí hay salidas. Hay modelos interesantes, como observatorios del crimen organizado, como el ecuatoriano. Son necesarios estos centros independientes.
Se requiere crear una sociedad informada y resiliente, donde la prensa tenga la valentía de asumir las consecuencias. Es un camino peligroso, pero la única forma de que la sociedad se defienda es que esté informada, esto va más allá de la militarización.
Estuvimos en la cárcel de Latacunga, Ecuador, militarizada por dentro y por fuera, con efectivos preparados para una guerra. Consideramos que no se debe ignorar la posibilidad de que las estructuras criminales organizadas puedan corromper a los militares, como los Zetas, de México. Estos procesos, de aplaudir a los militares en la lucha contra el crimen y, después, repudiarlos por la represión, llevan a un péndulo peligroso.
Para Douglas Farah la pandemia aceleró este proceso y, para América Latina, lo que ha pasado en Ecuador, con una población algo menor que la de Chile, pero con niveles de violencia irracionales, debe ser analizado.
Afirma que no es solo un problema de los Estados, es de la sociedad. La verdadera guerra contra el crimen organizado se desarrolla en las aulas. Como sociedad, debemos ser capaces de ofrecerles a los niños algo diferente.
Hay maneras de revertir las tendencias, advierte, si se corta la corrupción a la mitad, el Estado tendría dinero para invertir recursos en educación y salud. La terminología de la guerra está obsoleta, cambiemos el lenguaje de guerra contra las drogas, por el discurso de un Estado que responda a las necesidades de la gente. Ése debe ser el enfoque.
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